El maestro de la cueca, de los charquecanes y las frases sabias disfrazadas de chiste ha partido. Pero quienes lo conocían saben que él nunca se irá. A medianoche entre el 8 y 9 de mayo, la T’ojpa Bocaisapiens se reunió para el lloro de despedida. Al amanecer, este texto.
Fotografías de Freddy Barragán
Ni cómo llorar, ni vuelta que dar
Era poético. Estar con el Cayo era poético, porque él mismo era poético, o al menos él propiciaba lo poético.
Un amigo venido de remotas latitudes me dijo que, tanto en su país de origen como en otros, resultaría prácticamente imposible encontrarse en un bar –ni más ni menos– con un ser como el Cayo: un tipo que, entre brindis, anécdotas jocosas y trágicas, entre cuecas y taquiraris, entre pijcho, carcajadas y lágrimas, devenía en ser mitológico. Así, podías sentirte el ser más privilegiado del universo por estar cerca de él y poder tocarlo.
Pero detrás de aquella apariencia providencial, detrás de su respirar farragoso mientras interpretaba huayños, khaluyos o gatos (hidráulicos) con su “gusano” mítico, se prodigaba una inconmensurable ternura. A su lado estabas arropado, protegido, con una tranquilidad singular y con la certeza de haber encontrado un hogar, una familia, sí, una familia… pero elegida. Por eso el Cayo era un hombre singular, raro, precisamente por esa su capacidad de ternura; ¡era tan dulce! y mucho más con ese su acentillo quechua que te abrazaba y –por qué no– consolaba. Un ser de “corazón paternal y amigo”, como dice la cueca del Willy (Claure).
Por otro lado, alguna vez al Cayo se le escuchó, en una discusión política: ¿“Por qué quieres dos sombreros si tienes una sola cabeza?” Cosas así te lanzaba, preguntas o frases de ese calibre, tan aparentemente simples, pero con un profundo sentido, diríase trascendental, tal vez revolucionario, no sé. Era pues sabio, pero de una sabiduría hecha de experiencia, con claves para abordar tus asuntos bien complicados, como el amor y el desamor, la vida y la muerte, la política y la historia, la amistad y la soledad (en cueca, por supuesto). El Cayo era eso: una puerta, una ventana o balcón abierto en medio de la oscuridad, esperando(te), con un buen par de canciones en concertina.
Un enorme músico, claro; compositor e intérprete. Y en esto último, me parece que el Cayo era un gran versionista, porque con su “gusano” las canciones se revitalizaban. Por ejemplo, para las cuecas Soledad y Rosa Carmín les tejió introducciones personalísimas, que él llamaba piazzollanas, evocando al gran compositor argentino (y cuya obra amaba). Pero, ya luego, en el desarrollo de las piezas, sus versiones enriquecían la historia de la cueca, era pues un poco distinta, aunque con la estructura narrativa básica, pero con otros senderos, otras honduras, otras constelaciones; no es así nomás lograr eso, lograr que no sea lo mismo escuchar una Soledad con un conjunto de seis músicos que escuchar una salamanqueada con gusano. Así, cuando el gusano jugueteaba entre sus manos portentosas, él cerraba sus ojos y se convertía en música, colmando el alma del público. Y bueno, también fue mentor, no solo del Willy (quien, como sabes, le considera su “padre musical”), sino de muchos y muchas artistas que se reclaman discípulos y discípulas del Maestro Salamanca.
(…) no es así nomás lograr eso, lograr que no sea lo mismo escuchar una Soledad con un conjunto de seis músicos que escuchar una salamanqueada con gusano.
Además, el Cayo cultivaba un humor meditado. Por ejemplo, cuando te aproximabas a él para saludarle, te recibía siempre con un abrazo y un beso en la mejilla, y por respuesta a la pregunta: ¿Cómo estás Cayito?, te lanzaba: “Sospechosamente bien; pero ya va a pasar…”. ¿Qué hay pues detrás de esa aparentemente simple “ocurrencia”? O qué dirías de esto: “Hermanito, esta noche se ha rebelado la chola que habita en mí”, que fue cuando no quiso cocinar su exquisito charke en una de esas noches del Boca. ¿Qué hay detrás de esas salidas? Dímelo tú, o mejor díselo tú mismo a ti mismo, díselo tú misma a ti misma. Yo solo creo que el humor del Cayo te llevaba a esas honduras, y sanseacabó. ¡Ah! ¿pero y te acuerdas del mural del Boca, aquel bello trabajo del Maestro Diego Morales? En atronadoras discusiones, se propusieron muchas versiones sobre el título de la obra, pero el Cayo afirmaba, no libre de humor: “No es la última cena, ¡no! Debería haber sido la primera farra”. Ese humor destilaba.
(…) cuando te aproximabas a él para saludarle, te recibía siempre con un abrazo y un beso en la mejilla, y por respuesta a la pregunta: ¿cómo estás Cayito?, te lanzaba: “Sospechosamente bien; pero ya va a pasar…”.
Esta mañana, sábado 9 de mayo, fueron enterrados los restos de nuestro amado Cayo Lucio Salamanca, el Cayito. En fin. Pero tú y yo sabemos que él no se irá nunca, porque ahora ya está en ti como en mí. Entonces, toma estas líneas –unas breves nostalgias– como un testimonio de quienes tuvimos el privilegio de conversar con él, de compartir con él y su gusano una (o más) “guitarreada general indefinida” y de ser testigos del acontecimiento sublime de las cuecas Infierno verde, Rosa Carmín, Vuela a ti o el taquirari Los ecos de mi guitarra.
Y gracias a ti, Cayo, pues estando tú en nuestra existencia podemos afrontar las circunstancias del mundo, su acontecer implacable y la incertidumbre inapelable de las consecuencias de nuestro intento por habitarlo.
¡Nada es en vano, todo es en vino!