Una explicación ecuménica acerca del lugar donde radica el alma de un teléfono celular, por si el suyo termina alguna vez hecho “aca”. Es bueno tomar previsiones.
Este relato les podrá parecer irreverente pero no lo es. Rescata con todo respeto sabiduría ecuménica y la relaciona con la tecnología.
Les cuento donde se origina la historia:
Ser abuela es una experiencia maravillosa, es vivir en el permanente ejercicio de un amor sin fronteras, sin límites. A tal punto están embobadas las abuelas, que suelen cometer estupideces con más frecuencia de lo que se podría creer. Yo, la primera.
La semana pasada, mis nietas, Alicia de seis años y medio y Sofia de cuatro cumplidos, salieron al patio de piedra con mi celular (en beneficio de ellas debo declarar que yo entregué libre y voluntariamente mi celular, sin que medie dolo, engaño o presión alguna.) Me lo pidió Alicia, yo se lo dí y ambas se fueron felices y saltarinas a “grabar sus videos“, como ellas dicen.
Cuando iba a saborear el pedacito final de un pollo a la mostaza, sabiamente elaborado por mi nuera, las nietas entraron corriendo desde el patio. Alicia traía en la mano mi celular con la pantalla hecha “aca” y las explicaciones que se le escapaban de la boca en frases llorosas y entrecortadas.
Voy a hacer el cuento corto: fue la debacle (no provocada por mi, por favor, las abuelas cometemos estupideces y asumimos las consecuencias, eso es así ). Pero no hay padre ni madre que entienda sin alterarse que jugando con el celular, Sofia le quitó el aparato a Alicia, corrió, tropezó, se sacó la mugre y le sacó la mugre a mi celular, un iPhone 5.
Mi hijo (padre de las criaturas) se levantó desplegando su metro ochenta y siete centímetros y sus ciento y pico kilos. Pensé que a mí me colgaría de los pulgares y de cada una de mis orejas, como aretes, colgaría a cada una de mis nietas, pero no. Afortunadamente, aquellas enseñanzas que la mamá transmite a los hijos cuando son pequeños, indicando que agredir físicamente a la madre es pecado (o delito, para los abogados ateos como mi hijo) habían echado raíces en su corazón y después de mirarme con ojos entrecerrados me dijo: Te voy a dar un aparato de teléfono que he desechado y vamos a transferir tu chip. (No es novedad, los padres ahora recibimos con humildad los aparatos telefónicos que nuestros vástagos desechan, cada vez que los señores de Apple sacan un nuevo modelito). Por antiguo que fuera el objeto ofrecido, me serviría.
Mi verdadero castigo por haber sido imbécil comenzó cuando con la inocencia más grande pregunté: ¿Y voy a salvar mis contactos y mis conversaciones por WhatsApp?
Mi hijo me miró como si le hubiera preguntado si la silla tenía cuatro patas, y comenzó a darme una explicación tan complicada para mis viejas neuronas que no entendí nada. Lo miré largamente, con ojos de carnero degollado, sufriente y miserable y, ohhh milagro, una luz de sabiduría lo inundó de pronto. Él había encontrado la forma de hacerme entender lo que ahora les describo.
La explicación comenzó así :
Mira madre, te voy a explicar como funciona esto, y lo haré con una metáfora ecuménica. Eso seguramente entenderás, tú que crees en las divinas praderas, la reencarnación y otras vainas.
El celular representa el cuerpo, la información contenida en los chats, y los contactos, representan el espíritu.
Un celular hereje es un celular que no está ligado con el cielo, para el caso con la “nube”. A los efectos, “la nube o iCloud“ es el reino de los cielos de los celulares, por tanto Steve Jobs es Dios ya que el fue el creador de la nube, y el cielo se encuentra en Silicon Valley, Cupertino, California.
Cuando ocurre algo como lo sucedido, o sea, darle el celular a un “agente de peligro” (nieta) habría que tener la prudencia previa de “hacer backup”, que viene a ser como encomendar el espíritu del celular al reino de Jobs, es “religar“ el celular con la nube que recibe allí al espíritu transferido.
A estas alturas de la explicación ya mi nuera tuvo que ponerme una servilleta de babero porque con la boca abierta podía causar estropicios en sus bellos individuales.
Siguió la explicación: “Cuando el celular desencarna (eso quiere decir, cuando el celular se hace “aca”) el espíritu (la información) persiste íntegramente en la nube.
Después de gastar un buen monto, encontrarás un nuevo cuerpo para que encarne el espíritu de tu celular. En el caso concreto, como te daré mi anterior teléfono, te ahorrarás ese dinero y recuperarás tus contactos y tus conversaciones en tanto y en cuanto oportunamente hayas hecho backup.
Me dejó “speechless” (sin habla, como se dice en inglés) y solo pude asentir.
Resumen del cuento. Han pasado cuatro días del incidente, mis conversaciones por WhatsApp se han perdido del cuatro de junio a la fecha del suceso porque no tenían backup. Mis contactos están en proceso de incorporarse al nuevo aparato y la pantalla intacta del teléfono que he recibido me parece fantástica.
Mis nietas saben que ya no me pueden pedir el celular, están bajo amenaza paterna de prisión preventiva (pero haciéndome la desentendida, dejaré que lo tomen subrepticiamente). Después de todo, las abuelas estamos dispuestas a tropezar dos veces en la misma piedra. El espíritu de mi celular está en la nube, en el cielo de los celulares, situado en Cupertino, California y he comprobado que puede rescatarse. Todo gracias a Steve Jobs (Q.E.P.D).