A un gobierno nacionalista le corresponde excluir al extranjero, a un gobierno que aspira a la democracia, le corresponderá la igualdad de derechos, y a un país maravilloso le corresponderá aspirar a la ciudadanía global, aunque sea mera utopía.
Un grupo de más de 30 artistas extranjeros residentes en Bolivia hace muchos años e inclusive “toda una vida”, cuyo estatus migratorio es la “permanencia definitiva”, volvieron a la carga en su reclamo por iguales derechos, como reconoce ampliamente la Constitución boliviana y distintos tratados internacionales. Demandan, entre otras, básicamente dos cosas: acceder al Registro de Artistas Bolivianos que les otorga algunos beneficios, entre ellos, estar eximidos del pago de impuestos cada que acceden a escenarios municipales o nacionales, y el acceso a esos escenarios. Y dos: reclaman no poder participar en las distintas convocatorias, fondos de fomento y concursos que los excluyen pues éstos se dirigen casi sin excepción a los ciudadanos bolivianos. Ellos, los medio bolivianos, no caben.
Este es un mural pintoresco. Y puede ser fácilmente confundido con buenas intenciones. Es más, digamos que sí, que hubo por ahí un corazón-pro que sin embargo quedó atorado. Un gobierno de alma nacionalista, con líder supremo incluido, aquel a quien sus artistas retrataron, le cantaron y bailaron, y hasta le diseñaron un museo sólo para él, hizo dos cosas: por un lado se la jugó y decidió apoyar a los artistas del país otorgándoles ciertos beneficios para que pudieran sobrellevar su difícil profesión. Para ello creó el Sistema Plurinacional de Registro de Artistas Bolivianos. Lo hizo con una sola excepción: menos los artistas extranjeros. ¿Fue consecuente con su nacionalismo e inconsecuente con su socialismo del siglo XXI? O simplemente se tropezó con una categoría muy particular, ciertamente una excepción: los extranjeros con “permanencia definitiva”, aquellos artistas asentados en Bolivia hace tantos años que de tan bolivianos se volvieron invisibles y entonces quedaron “fuera de la ley”.
¿Fue consecuente con su nacionalismo e inconsecuente con su socialismo del siglo XXI? O simplemente se tropezó con una categoría muy particular los extranjeros con “permanencia definitiva”, aquellos artistas asentados en Bolivia hace tantos años que de tan bolivianos se volvieron invisibles y entonces quedaron “fuera de la ley”.
Si son tan bolivianos, dirá usted repitiendo lo que varios dijeron antes, ¿por qué no se nacionalizan? Así tendrían todos los beneficios completos sin tanto pataleo ni tanto papeleo. Pero la cosa, en principio, no va por ahí aunque añade complejidad a este mural de patria chica cuyo corazón supuestamente grande los artistas extranjeros -con permanencia definitiva- ponen ahora a prueba. Pero además, si la condición para gozar de plenos derechos fuese la nacionalización, todo extranjero en Bolivia tendría que hacerlo y no es así ni es necesario pues sus derechos están garantizados por el Estado boliviano. Entonces ¿por qué los artistas extranjeros –con permanencia definitiva- no tienen aquellos mismos derechos que tienen incluso todos los extranjeros en Bolivia?
Entonces ¿por qué los artistas extranjeros –con permanencia definitiva- no tienen aquellos mismos derechos que tienen incluso todos los extranjeros en Bolivia?
Al grano: porque su derecho al trabajo tropieza con varios obstáculos, dada la particularidad de su oficio. Y sin trabajo no hay dinero ni aportes a la seguridad social, ni posibilidades de afiliarse a un fondo de pensiones, por ejemplo, y más aún, ni dinero para nacionalizase. No son todos, hay excepciones, hay rubros que permiten trabajos más estables y hay modos de acomodarse a la situación. Pero el fondo es el mismo. ¿Cuál? Una ley que no ampara a todos por igual. ¿Será?
Aquí el mural se embrolla. Porque la ley (CPE) sí ampara a todos por igual pero, por ejemplo, otorga a los artistas nacionales un beneficio: están eximidos de pagar impuestos en determinadas circunstancias (Ley 2206). Entramos entonces en terreno minado aunque no desconocido en un país de pequeñas corporaciones. Por ejemplo ¿podrían los periodistas pedir un beneficio similar? ¿No será que los artistas extranjeros -con permanencia definitiva- están moviendo la cristalería de modo que por buscar igualdad de derechos lo que logren sea retroceder en el beneficio que tienen hoy los artistas bolivianos? Porque si hablamos de igualdad de derechos, pues seamos todos iguales.
¿No será que los artistas extranjeros -con permanencia definitiva- están moviendo la cristalería de modo que por buscar igualdad de derechos lo que logren sea retroceder en el beneficio que tienen hoy los artistas bolivianos?
¡Auch!, mejor dejemos la cristalería quieta. Y digamos que como en el mundo hay matices, circunstancias y particularidades, cada Estado plantea sus reglas de juego. El nuestro se propuso “buscar apertura y mejor oportunidad para los artistas bolivianos”, cuenta el exministro de Culturas Pablo Groux, impulsor del proyecto, y tras “brava pelea” ganada al ministerio de Finanzas Públicas para eximir a los artistas nacionales del pago de impuestos en ciertas circunstancias, aquella institución preguntó ¿cómo saber quién es artista y quién no?. Entonces se creó el Sistema Plurinacional de Registro de Artistas Bolivianos.
He ahí la madre de todas las batallas. Porque aquel registro otorga un cartoncito muchas veces subestimado, cuya importancia se ve precisamente en esta circunstancia y gracias a los “Fuera de la ley” pues, como en todo en la vida, se valora lo que no se tiene: el Carnet del Artista. Un cartoncito que permite a los artistas bolivianos básicamente acceder a los espacios escénicos dependientes de los gobiernos municipales y nacionales, y la exención impositiva (que, como dicen los propios artistas nacionales, no es tan así pues efectivamente están exentos de impuestos cuando usan escenarios públicos, pero en escenarios privados, sólo una vez al año; después, como todos, pagan sus impuestos).
El acceso a esos beneficios como parte de su derecho al trabajo en iguales condiciones reclaman los extranjeros de obra y corazón bolivianos, pero además están hartos de no poder acceder a las convocatorias o fondos concursables que se dirigen a los artistas/ciudadanos bolivianos y nunca los incluyen. No hay un fondo que diga algo así como “se convoca a los artistas bolivianos ‘y’ artistas extranjeros con ‘permanencia definitiva’ en Bolivia”.
Y es que ese estatus migratorio es una cosa “rara” y parece no haber entrado en el encuadre. “No sabía que eran tantos”, “en ese momento eran muy pocos”, “es un estatus algo exquisito ¿no crees?”, dicen varias voces consultadas. El caso es que, por lo menos de momento, efectivamente ellos resultan una “excepción” a la norma, y por muy corazón boliviano que tengan, quedan ninguneados.
A veces medio y a veces doblemente ninguneados. Y es que aquí caben también particularidades que añaden más hilos a la maraña. De ahí que los críticos de esta situación digan que la razón de las normas es precisamente esa: “las leyes deben ser generales, no particulares”, porque sino tenemos un despelote de cada quien demandando su cada cual. El caso es que en esa batalla, los artistas extranjeros con “permanencia definitiva” en Bolivia han logrado algunas cosas como acceder a los premios Eduardo Abaroa o a la convocatoria del Focuart aunque no en su totalidad y, por lo menos en La Paz, han logrado que los espacios municipales no les exijan el Carnet de Artista sino simplemente su documento de identidad. Eso sí, en calidad de “extranjeros”, sin ninguna distinción, deben pagar impuestos. Es más, en cualquier circunstancia, si un nacional los contrata debe pagar un Impuesto a las Utilidades de Beneficiarios del Exterior aunque en coro digan que viven, aportan y aman Bolivia desde siempre. Ya, digo, una cosa es el corazón, otra las normas legales. Y otra, la voluntad política.
Marta Monzón, quien lidera esta batalla de larga data, dice que en Argentina, por ejemplo, “las/los artistas extranjeros no son discriminados por su nacionalidad; son inmigrantes y si tienen residencia temporal o residencia permanente, tienen los mismos derechos y obligaciones que los argentinos nativos hagan lo que hagan. Los derechos están consagrados en la Ley de Migraciones y su Decreto Reglamentario y en la Convención Internacional de los derechos de los trabajadores migratorios y sus familiares, que es la diferencia sustancial. Este soporte legal quizá se deba a que la Argentina tiene un largo historial de corrientes migratorias que han constituido su engranaje social”. Y es cierto. Busque usted convocatorias en Argentina y encontrará que pocas mencionan “ciudadanos argentinos”, simplemente mencionan “artistas” o “personas humanas”, y si lo hacen incluyen “ciudadanos extranjeros con residencia legalmente probada”.
En Bolivia, los derechos de todos los ciudadanos extranjeros están garantizados. Eso dice el papel. En los hechos, su derecho al trabajo digamos continuo, estable, como cualquier otro ciudadano residente en el país, se topa con las barreras ya mencionadas.
Y hay casos en que son doblemente ninguneados. Pues como relata María Elena Filomeno, bailarina, peruana de nacimiento con “permanencia definitiva” en Bolivia hace más de 20 años, tampoco puede acceder a los fondos culturales en su país de origen porque la leyes peruanas le piden dos años de residencia continua en Perú. Y no, ella vive y produce –y ama- en Bolivia donde queda “fuera de la ley”.
Lo mismo sucede con una amiga suya, brasileña de origen, residente en México, cuenta María Elena. Y esto nos lleva al planteamiento inicial –y al desafío-. Y es que este es un mundo de naciones, por muy naciones unidas que se digan. Y allí hay normas que separan la vida en dos: nosotros y ustedes; los míos y los tuyos; nacionales y extranjeros. Allí no hay corazón que valga. Es un asunto meramente legal. Claro que hay estados más deseables que otros, más liberales que otros, más amables que otros. Esos son los que, por lo menos en el arte, han borrado las fronteras. Y ese es el norte. ¿Seremos capaces de alcanzarlo?
Finalmente, este mural pluritutti no es tan complejo. O nos ajustamos a la ley de nación nacionalista que vive la paradoja de decirse multicultural y plurilingüe, o extendemos esa idea al infinito y más allá.
Porque Bolivia ha incluido en sus normas, desde el año 2003, la doble nacionalidad. Pero como las naciones unidas están unidas de boca para afuera, hay algunas que no aceptan la generosidad ajena. Así, si un extranjero acepta la doble nacionalidad boliviana, su país de origen no y entonces pierde la suya. Entonces, lo que queda está claro: se los incluye en la norma y, consecuentes con nosotros mismos, somos el Estado Plurinacional, Multilingüe, Internacionalista, Global e Intergaláctico, como corresponde.