¿Ser chola es sinónimo de pobreza? La presencia de la chola paceña en la serie Street Food de Netflix es una buena oportunidad para desmontar narrativas que olvidan que la chola no le debe a nadie su victoria cotidiana.
Fotografías / Street Food La Paz, Netflix, captura de pantalla.
Como muchos, ayer separé un tiempo para ver el capítulo de la serie de Netflix, Street Food, dedicado a la ciudad de La Paz. Un programa muy bien logrado, emocionante. Lo que más disfruté fue el relato de la protagonista, la señora Emiliana, que cuenta de una manera honesta su experiencia como vendedora de comida callejera de rellenos de papa, arroz y plátano.
A pesar de ello, no pude dejar de notar que para resaltar su historia había una “traducción” al público, dando cuenta de nuestro contexto. Entre líneas, la narrativa deslizaba algunos sentidos comunes respecto de las señoras de pollera (cholas) y su relación con la ciudad de La Paz. “La cholas son indígenas o pertenecientes a algún grupo étnico”. “El espacio urbano estaba vetado para ellas hasta hace muy poco”. “Existe una relación directa entre ser chola y ser pobre”.
Buena oportunidad para señalar que estas ideas se han instalado con mucha fuerza debido al uso político de aquel discurso en los últimos años, cuya finalidad fue construir una narrativa mesiánica según la cual todo era oscuridad en la vida de la gente popular hasta que llegó un salvador que acabó con todas las injusticias.
Buena oportunidad para señalar que estas ideas se han instalado con mucha fuerza debido al uso político de aquel discurso en los últimos años, cuya finalidad fue construir una narrativa mesiánica según la cual todo era oscuridad en la vida de la gente popular hasta que llegó un salvador que acabó con todas las injusticias.
Empecemos a desmontar mitos sobre lo cholo/chola en Bolivia. Como bien atestigua el trabajo de Ximena Soruco (La ciudad de los Cholos), siempre ha sido problemático para nosotros hablar de la existencia de una categoría intermedia entre lo criollo y lo indígena. A veces aceptado, a veces negado y siempre ambigüo, fluido y problemático, pervivió y sobrevivió en el tiempo afincando una cultura propia de base urbana, gracias a esa capacidad de aprovechar los nichos económicos que le brinda sus posición de bisagra en la sociedad boliviana.
(…) siempre ha sido problemático para nosotros hablar de la existencia de una categoría intermedia entre lo criollo y lo indígena.
Lo cholo/chola no es sinónimo de indígena, por mucho que alguna gente lo crea; implica haber estado vinculado de inicio al mundo indígena, pero desarrollar una vida urbana. El espacio del cholo no es otro que la ciudad, sea como comerciante, artesano u otros oficios. Ciertamente autoidentificarse como “cholo” puede no ser fácil debido al estigma que lleva, por llevar lo peor de ambos mundos (Arguedas) . En cambio, ser chola es más aceptado debido a su gran capacidad de apropiarse de los espacios comerciales urbanos, los mercados e incluso ser bastante prósperas (valiéndose de su ambigüedad tanto para expropiar riquezas a las comunidades indígenas como para comerciar hábilmente con los sectores urbanos acomodados).
El espacio del cholo no es otro que la ciudad, sea como comerciante, artesano u otros oficios. Ciertamente autoidentificarse como “cholo” puede no ser fácil debido al estigma que lleva, por llevar lo peor del ambos mundos (Arguedas) . En cambio, ser chola es más aceptado debido a su gran capacidad de apropiarse de los espacios comerciales urbanos, los mercados e incluso ser bastante prósperas…
Son innumerables las historias de las cholas “potentadas” fruteras o chicheras descritas tanto en la literatura como por la historia. Baste recordar el trabajo de Humberto Solares, quien da cuenta de cómo la elemental infraestructura urbana en Cochabamba provino de los impuestos que cargaron sobre esta actividad.
Es innegable que hace mucho hicieron suyos los espacios urbanos de comercio, preparación de comida, servicios, y que éste ha sido un camino de lucha pero siempre avanzando, conquistando más derechos o creando espacios a su medida como lo atestiguan trabajos como Polleras libertarias (Peredo, Dibbits, Volgger y Wadsworth; 1996 ) o Agitadoras de Buen Gusto (Dibbits y Wadsworth; 1989) donde se muestra a las cholas de los mercados dando a luz a los movimientos urbanos del siglo XX en Bolivia, creando espacios culturales y debatiendo sobre anarquismo.
Las cholas en nuestra ciudades no son lo que nos quieren vender las perspectivas simplificadoras, según las cuales deben todo lo ganado al último caudillo y gobierno. Ellas han ganado cada milímetro con batallas cotidianas por lo menos hace un par de siglos. Tampoco es la historia de una vanguardia comunitaria/socialista que otros desearían. Todo lo han construido con base en una lógica mercantil implacable y una ética de trabajo que no admite descanso. En ello son mejores que cualquiera. Han aprendido a navegar en la incertidumbre que es el sino del capitalismo actual y no hay resquicio que no puedan o intenten aprovechar.