Texto y fotografía de Gastón Brito
Su nombre es Raúl Parabá Surubí, tiene diez años y fue el guía que nos condujo a un incendio en Roboré. Lo conocimos hace unos días cuando varios fotógrafos llegamos a Quitunuquiña y preguntamos por alguien que nos lleve a uno de los tantos focos de calor que están arrasando en la Chiquitania.
Un señor nos dijo que su hijo Raúl conocía el monte y podía llevarnos. Entonces vimos a un niño de diez años salir de la casa, machete en mano, y subirse al auto antiguo e incómodo en que viajábamos. A pesar de nuestros reparos iniciales, no había nadie en ese momento capaz de llevarnos al lugar del incendio.
Ya en el vehículo, nos contó que criaba víboras pero que luego las liberaba porque a los tres meses de edad se vuelven peligrosas.
Raúl conoce la zona porque la recorría cuando iba a visitar a su abuela antes de que muriera. Y aunque a su edad no comprende la magnitud de la devastación a su alrededor, nos dijo que la muerte de los animales por el incendio lo entristece, pero su sonrisa se mantiene intacta.
Fue difícil seguirle el paso; nos guió durante dos horas a través de caminos accidentados y subidas de piedras resbalosas antes de que los militares, policías y guías -que ya estaban de regreso- nos dijeran que llegar al foco de calor por esa ruta era casi imposible y muy peligroso. Luego nos despedimos de él para partir a otro punto en llamas.
En el camino yo pensaba en la libertad que tiene un niño de diez años en este lugar. A esa edad yo no podía salir de casa a menos que estuviera acompañado. Aquí la gente confía a pesar de todo lo que está viviendo. Raúl tiene una autonomía y conocimiento del monte sorprendentes.
Al día siguiente lo encontré jugando fútbol con otros niños que por la emergencia y el humo a causa de los incendios no están pasando clases. Y es que nuestro guía siempre cuenta que cuando sea grande quiere ser futbolista.