De la importancia de contarnos el mundo desde la calle
Si las ciudades se fundan en las letras, si América Latina o la idea de América Latina salió del puño y letra de los cronistas coloniales, Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela es nuestro fundador. Rindámosle entonces homenaje porque razones sobran.
“América Latina se hizo a golpe de crónicas”, cierra y abre Martín Caparrós.
Y creo yo que no fue sólo porque los cronistas –de Indias– al describir maravillados el Nuevo Mundo lo hubiesen creado al modo en que las palabras crean, hacen, inventan mundos. América Latina se hizo, sí, a golpe de crónicas. Pero también porque América Latina, ese universo en sí mismo, su erupción incesante, no pudo nunca caber solamente, únicamente, en la novela, por ejemplo. De ahí que el realismo mágico, tan nuestro, nunca haya sido únicamente ficción. América Latina desbordó, desde siempre, al propio género. De ahí que la crónica, ese modo de contar las cosas tan particular, tan ancho, tan sin fronteras, le cupiese mejor, o al revés: América Latina no podría caber mejor sino en la generosidad de la crónica. Un modo de narrar que permite múltiples registros. Un modo de contar caótico para contar el propio caos. Un modo a semejanza de su propia cuna.
Más todavía. Porque el momento de constitución de las naciones, allá por el siglo XIX, no sólo coincidió con la modernidad que erigía ciudades y quebraba certezas; sino que el momento político tras el parto de esa América Latina, luego de sostenerse en el sesudo ensayo (género), acabó por desmenuzarse, vivirse y sentirse en la crónica, ese modo de escritura que investiga, analiza y cuenta un hecho de múltiples maneras, más allá del recuento de datos. Así, la crónica es el género latinoamericano por excelencia y es, cómo no, una escritura básicamente política. (Me gusta recordar a Pedro Lemebel cuando decía que la ficción le resultaba insuficiente para sus necesidades de realidad, de denuncia y de biografía, y que la crónica le vino como anillo al dedo). Y sí. América Latina se fundó en la crónica.
De ahí que el realismo mágico, tan nuestro, nunca haya sido únicamente ficción. América Latina desbordó, desde siempre, al propio género. (…) Un modo de contar caótico para contar el propio caos. Un modo a semejanza de su propia cuna.
La crónica fue, desde siempre, un género bastardo. Digo, así lo trataron quienes ajustados a las etiquetas no podían aprehender esa escritura distinta, compleja. Una escritura que por si fuera poco se ocupa de aquello que el poder desdeña, cree menos importante. Y el poder no es el gobierno, es el poder en todos sus espacios –incluido, por supuesto, el propio periodismo–. De ahí que la crónica sea una escritura profundamente política porque no le habla a la gente desde el balcón sino que es la voz de la propia gente.
Y la gente quiere escucharse, quiere saber qué le pasa a otra gente y así entender –si acaso– los enredos de este mundo.
¿Chatarra? ¿El público pide chatarra?
Esa es la apuesta de Rascacielos. Porque en un mundo saturado de datos, necesitamos parar y pensar, digerir. Hacer política desde ese lugar ninguneado que es la vida cotidiana, la vida de los “nadies”. Quizás entonces lo que hacemos es, como dice justamente Caparrós, un periodismo “contra el público” en el sentido de que alguien plantó la idea de que el público pide banalidades –las supuestas demandas del público–. “Los editores siempre tuvieron la ansiedad de satisfacer a su público; nunca tuvieron, como ahora, tantas técnicas para determinar qué quiere. / Basura, muchas veces, gentileza del famoso círculo: te doy basura, te entreno en la lectura de basura, te acostumbro a la basura, me pides basura, te la doy”.
Si es así, en Rascacielos practicamos precisamente ese periodismo “contra las supuestas demandas del público”, porque creemos en el público a contrapelo. Creemos en ese lector que exige y merece calidad. Y creemos que si allende las fronteras o los mares se producen envidiables contenidos en magníficas revistas, en Bolivia es hora de hacerlo. Es hora de producir contenidos nosotros, no sólo de reproducirlos, no sólo de apelar a los maestros, sino de seguirlos y, ojalá, de renovarlos.
Ha sido una apuesta arriesgada porque en Bolivia no tenemos una larga tradición de cronistas contemporáneos como sucede en Argentina, México o Colombia. Precisamente por eso Rascacielos se propone como una escuela. Aquí aprendemos escritores, periodistas, estudiantes, pero también fotógrafos, diseñadores, técnicos y, por supuesto, los lectores. Todos.
Ganamos todos
Todas aquellas buenas intenciones, sin embargo, no hubiesen llegado muy lejos si no fuese con creatividad. Por eso planteamos un proyecto colaborativo que no necesariamente implica gratuidad sino beneficio mutuo. Así se sumaron personas e instituciones, entre ellas la carrera de Diseño Gráfico de la Universidad Católica, que suelo señalar como ejemplo de este trabajo colaborativo, pues inició con firmeza pero con poca gente: algunos docentes–diseñadores que harían las tapas de Rascacielos, pero que pronto se convirtió en proyecto de la misma Carrera en el que ahora participan sólo estudiantes en pasantía luego de postular a través de un taller previo de más de 20 aspirantes, de los cuales seis son seleccionados para el proyecto Rascacielos (2018-2021). Esa iniciativa pedagógica se puede replicar en distintas áreas. Bienvenidas sean las propuestas a la revista.
Un Premio Nacional de Crónica, con nombre y apellido
Y precisamente porque Rascacielos se afirma como espacio para el ejercicio de este tipo de escritura, queremos alentar su práctica. Por eso, junto con la Fundación para el Periodismo, la Cámara Departamental del Libro de La Paz y Editorial 3600, convocamos al I Premio Nacional de Crónica Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela.
No podíamos sino sostenernos en ese tronco que es nuestro, esa raíz de la crónica latinoamericana nacida en las entrañas de la Bolivia colonial, en la Historia de la Villa Imperial de Potosí, la monumental obra que Arzáns de Orsúa y Vela le dio al mundo y construyó el imaginario de algo así como una nación antes de la nación.
Si las ciudades se fundan en las letras, si América Latina o la idea de América Latina salió del puño y letra de los cronistas coloniales, Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela es nuestro fundador. Rindámosle entonces homenaje porque razones sobran.