Texto y foto de Leonie Marti
Jorge Vargas Hudson enseñaba matemáticas y física en el colegio. Desde que se ha jubilado hace cuatro años, su oficio es –con su guitarra y su voz– homenajear a las almas. En el Cementerio General de La Paz, Jorge acompaña a sus prójimos en un momento muy íntimo: recordar a un ser querido que ha fallecido.
Entre los muros del cementerio, delante de los nichos decorados con flores frescas y objetos en miniatura que le gustaban al fallecido, el músico se reúne con los dolientes. Las primeras canciones son litúrgicas. Después, los familiares y amigos hacen pedidos de canciones que les gustaban al difunto: tangos, cuecas, boleros. Así que Jorge necesita tener un extenso repertorio. También ha tenido que aprender canciones en quechua y aimara.
Este “hobby”, como dice él, le da mucha satisfacción. Puede ampliar su repertorio musical, conoce a mucha gente y llega a compartir su dolor. “A veces, los dolientes necesitan un desahogo”, dice, y sus canciones lo hacen porque “la música tiene esta magia que hace llorar a las personas”.
Pero eso no es todo. Una vez reunidos delante del nicho, Jorge no sólo desempeña el rol de músico sino que también ejerce tareas de pastor, ya que reza para el difunto. “Muchas personas han llegado a comprender esta faceta de mi personalidad”, cuenta. Unas señoras le decían, después de escuchar su relato y sus canciones, “siga usted con esta misión tan linda que se ha impuesto”. Y Jorge sigue. De ahí proviene su pseudónimo, que muchos conocen: el misionero del Cementerio General.
El talento de Jorge no pasó desapercibido para el equipo de la película boliviana Muralla, que filmó varias escenas en el cementerio. Jorge es el músico que acompaña el entierro del hijo del protagonista. Lo habían elegido entre varios músicos del cementerio.
“Todavía no he visto la película”, dice Jo. Pero le hace mucha ilusión verla.