domingo, 7 de abril de 2019
Texto Cecilia Lanza Lobo / Foto Alejandro Azcuy Domínguez
Se miraron un buen rato, frente a frente. Claudia volvió a preguntar: ¿lo reconoces?, ¿sabes quién es? Jhonny lo miró otra vez y finalmente dijo: -¡El Eddy “chascas”! Se abrazaron apretando los puños, los ojos mojados. Quizás hubieran llorado en paz si no fuera por tantos mirones, tantas cámaras que vinieron a registrar el milagro de la sobrevivencia en un mundo tan cabrón.
El día que su padre mató a su madre delante suyo y de sus hermanos y llevó a la casa a su nueva mujer, el Eddy “chascas” decidió salir a la calle y no volver nunca más. La violencia cotidiana que se asienta como polvo y se hace costra tiene un límite. El corazón vuelto piedra, de pronto estalla como dique furioso y el miedo se hace nudo en la garganta. Sólo así, protegido de dolores, se puede aprender a vivir en las calles y dormir bajo un puente, abrigado en una cloaca pestilente. El Eddy “chascas” tenía 11 años. Era un niño de la calle.
Con la misma decisión con la que el Eddy “chascas” dejó su casa, dejó la calle y se fue al hogar Alalay. Becado estudió cocina, trabajó en un hotel cinco estrellas y se fue a Sao Paulo, en Brasil.
Han pasado muchos años y el Eddy no ha podido deshacer ese nudo en la garganta porque no es posible. Pero ha podido bastante, aunque cargue para siempre una memoria humedecida por el llanto y el abrazo de Jhonny, allí en el puente que un día lo abrigó.