Un árbol gótico inacabado espera bajo su propia sombra las flores de durazno prometidas. La pintora lo mira como tratando de recordar por qué no lo terminó de pintar. Como no puede cambiar el piso comido por la humedad y las ratas de una pobre casa alquilada para pobres inquilinos inmigrantes, Yadira pintó todas sus paredes con piratas, mandalas, pájaros y un árbol que espera su primavera.
Finalista del Premio Nacional de Crónica Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela
Una noche de invierno hace algunos meses, a pocas cuadras de Alma Street donde queda la casa que alquila Yadira, el sótano de una Iglesia Episcopal era el lugar más caliente de Durham. El Alcalde fue invitado y tomó asiento entre más de un centenar de vecinos y activistas para hablar del tema priorizado por la ciudad: vivienda accesible y digna para todos. Faltaban dos minutos para que empiece la reunión a las siete de la noche en punto. Los medios locales estaban con señal en vivo y sus luces calientes engrasaban las caras de los voceros de la noche. La silla de Selin estaba vacía. Selin estaba retrasado.
— Selin, te estamos esperando. El alcalde está aquí y la sala está llena –textea uno de los organizadores.
Ninguna respuesta. El evento empieza.
— Selin ¿todo bien? movimos tu participación para el final –insiste angustiado.
Luego de una eternidad, entra un mensaje.
— Lo lamento. Me duele una muela, no podré ir –el organizador no puede ocultar la decepción en la cara.
Selin es un extraño salvadoreño. Es mucho más alto que el promedio y extrovertido como si fuera caribeño. Habla un inglés casi perfecto y dice que no le tiene miedo a nada ni a nadie. Vive con un primo y se dedica a la construcción, como la gran mayoría de los latinos en la ciudad.
— Claro que puedo hablar en la reunión con el alcalde –dijo con tono divertido y sonrisa amplia hace un par de semanas– Le pediré un mesón de granito. Yo quiero una cocina con granito.
Esa su cocina que no parece cocina. Verduzca por el moho y el abandono. Esa su cocina a la que le faltan cajones, y que no huele a comida recién guisada.
En Carolina del Norte, uno de cuatro trabajadores de la construcción es inmigrante. Pero construyen las casas de otros, instalan cocinas con granito para otros. Aquellos que pueden pagarlas. En un solo año, de 2016 a 2017, el valor de las casas aumentó en casi 20%. El costo promedio de una casa en Durham es de 230 mil dólares.
Si somos optimistas pensaremos que una familia tiene padre y madre, que ambos trabajan, que al padre le pagan 15 dólares la hora y que trabaja 40 horas. Somos optimistas y asumimos que la madre trabaja 20 horas y que le pagan 12 dólares. Y ambos tienen dos hijos. Incluso en este escenario ideal, su ingreso total los coloca por debajo de la media y por tanto se los considera en un nivel relativo de pobreza; en consecuencia, no tienen ingresos suficientes para comprar la casa promedio. Siendo realistas, muchas familias solo tienen mamá, o solo una persona trabaja por menos de 10 dólares la hora y cuantas horas el jefe necesite esa semana, tal vez 15 o con suerte 22 horas. Solo queda alquilar casas o departamentos, o casas móviles que son para los pobres.
Selin no le dirá al Alcalde que quiere cocina de granito, que solo necesita que le den material y que él realizará el trabajo. Una pareja de vecinos jubilados, afroamericanos, que viven al lado de las tres casas pobres de Alma Street, toma la palabra. Miss Brenda y Mister Edward Henderson están vestidos con su ropa de Iglesia de los domingos. Viven desde hace 33 años en Alma Street.
— We love our neighbors –dice Mr. Edward, tartamudeando, con la barba gris y los ojos grandes. Toma la mano de su esposa, que mantiene la mirada quieta sobre la mesa de plástico blanco y mueve la cabeza asintiendo –Alma Street is home for us and for them too –añade y apunta con su dedo índice inacabable la silla vacía de Selin.
Mr. Edward habló lento, intercalando miradas entre el alcalde y su esposa, habló con la autoridad que le da la edad y la ciudadanía, porque a diferencia de sus vecinos inmigrantes, él no tiene amenazas por manejar sin licencia de conducir, porque puede dar su nombre sin temor a ser deportado, porque él sabe que esta es su casa y su hogar.
El que sí habló en español fue el alcalde Steve Schewel. Se levantó y con voz aguda comenzó a hablar. Contó que sus bisabuelos, Elias y Bluma, que vivían en un pequeño pueblo de Lituania, parte del Imperio de Rusia en ese entonces, tuvieron que emigrar a los Estados Unidos en el año de 1889 porque eran perseguidos y discriminados por ser judíos. Él es descendiente de inmigrantes indocumentados que no hablaban inglés y buscaban mejor vida.
— En Durham –dijo el alcalde en español de gringo– no construimos muros entre naciones o pueblos. En Durham te queremos si estás documentado o no documentado. Queremos que estés a salvo aquí. Queremos que vivas libre del miedo. Te damos la bienvenida a Durham con los brazos abiertos y corazones abiertos.
Steve fue electo alcalde de Durham en diciembre de 2017, luego de servir en el Concejo por seis años y de una larga trayectoria de trabajo en medios de comunicación comunitarios y educación pública. El parecido con el actor Robin William es asombroso. Los labios delgados y los ojos expresivos cuando sonríe, como si los dientes estuvieran en los ojos claros y sinceros. Se siente anormal tener como alcalde a alguien que quisieras que fuera tu maestro, tu amigo, tu Virgilio.
Durham es la ciudad más progresista y liberal en Carolina del Norte, que es un Estado que pendula entre los dos partidos; lo que aquí llaman un Estado Morado: ni azul –Demócrata– ni rojo –Republicano–. Carolina del Norte es Sur político en Estados Unidos. Aquí ganó Donald Trump en 2016 y la Asamblea Estatal es republicana. Aquí hay sobrados motivos para tener miedo a manejar, hablar, trabajar y vivir si eres inmigrante.
***
Yadira vive en una de las casas de Alma Street con su niño de 10 y su niña de 5 años. Es madre, cabeza de hogar, que intercala trabajo con hogar, con visitas a la Corte para evitar que la desalojen de la casa por falta de pago de alquiler, para que el exmarido no se acerque ni a ella ni a la niña por violencia doméstica, o para reclamar el pago de la pensión del padre.
Me muestra dos hojas engrapadas. Esta citada el próximo miércoles en la Corte de Distrito. No pagó dos meses de alquiler. La desalojarán y las paredes quedarán huérfanas.
—La política es para los políticos. Para los que se saben poca cosa –dice visiblemente enojada– No espero nada de la política, ni de la religión, ni de organizaciones que dicen ser sin fines de lucro; a ninguno de ellos les preocupa la gente, ni sus casas. Solo les interesa el dinero. Tienes tu Iglesia para usar el traje guardado, por ansiedad de socializar. El cambio vendrá de mis hijos. El cambio empieza aquí. -Y abre sus brazos, cada uno señalando a uno de sus hijos.
Yadira es bonita. Tiene el cabello corto y castaño. La nariz pequeña y con suficiente tabique como para sujetar sus lentes rectangulares. Es atlética y en el brazo izquierdo tiene tatuajes que empiezan en la muñeca y van subiendo hasta el hombro. A primera vista podría ser latina o tal vez no. A primera vista notas su decisión, en eso es imposible confundirse.
—Las ratas se comieron el sillón nuevo que aún lo estoy pagando a cuotas –me cuentaYadira–. El otro día –continúa– mientras caminaba en el espaldar del sillón –y pone una cara de asco que no puedo evitar emularla– ¡Cómo voy a pagar alquiler, si a esta casa se la están comiendo las ratas! Las pulgas de las ratas tienen enfermos a los niños –ni bien termina de decir eso, me arrepiento de estar descalza en la casa y comienzo a sentir pulgas en mis pies, en mi espalda, en mi cuello.
Trato de disimular mi cara y comienzo a mirar las paredes para distraerme de la urticaria que me ataca. La casa, en toda su pobreza estructural, debe ser una de las casas más primorosas y llenas de detalles que he visto.
Pintó con sus niños un altamar en el baño: dos barcos poderosos nadan con sus piratas, mientras las algas y peces se mecen en las aguas claras y mansas de algún mar. Enrolló papel de revistas multicolores para construir una enredadera que alterna hojas con flores para cubrir una pequeña pared, al frente del árbol gótico que espera su primavera. Grandes burbujas y líneas geométricas ocupan el único cuarto, como si fueran naves espaciales que transportan sus sueños. Afuera, en el muro frontal, reforzó sus arbustos con bambúes pintados en el muro gris, y al costado trinan un par de pajaritos dibujados sobre una rama en eterno verano.
Yadira pinta su dolor y amor. Pinta en las paredes que no son suyas, para sobrevivir en medio de las deudas: lo que el mundo le debe y lo que ella debe pagar a la humanidad.
—Pintar me da vida, aunque la casa se esté cayendo– hace una pausa y repite para que yo y el mundo no perdamos la palabra– VIDA.
Ella nació en Texas y retornó a México para ser criada por su abuela Soyla en Hidalgo. La abuela falleció y a los 16 años tuvo que volver a los Estados Unidos.
— A los 16 quedé huérfana. Mi abuela, que fue mi madre, enfermó y murió.
La niña que estaba sentada entre las dos, juega con mi arete. Lo balancea y sonríe.
— ¿Cómo se llama tu colegio? –le pregunto a la niña dejando a Yadira huérfana unos segundos. La niña sonríe y no responde, y me doy cuenta de mi error.
—What is the name of your day care? –y ahí si suelta un chorro de información en inglés, feliz de participar de la conversación.
Yadira continúa.
—Retorné a Estados Unidos y me fui con unos parientes, a una hora de aquí. A los 16 años tenía que pagar a mi primo por mi comida y por el alquiler de compartir un cuarto. -Se queda callada y mira a su hijo cobijado bajo una manta para calentarse del aire acondicionado, mientras juega con su tablet.
— No terminé el colegio -se da una pausa– Nadie me orientó.
— Mom, somebody is calling me –le dice el niño mostrando su pantalla y el insistente botón verde que reclama ser presionado.
— ¡Solo me tienes que contestar a mí! ¡A nadie más! -exclama Yadira en el primer tono de madre que le escucho en la noche. Antes hablaba desde su voz de huérfana.
***
Un cadáver tirado en el piso. Sobre él un manto con letras que dice: “sea marginal, sea héroe”.
Las dos chicanas sospechosas abren espacio para que te puedas mirar en el espejo. ¿Tal vez tú lo mataste, o tal vez tú serás la víctima?
Al frente, madre e hija lo miran. Ella sentada en la banqueta metálica del parque, con sonrisa forzada. La niña frunce el ceño y se mantiene parada sobre el metal, sosteniendo la sombrilla para ambas.
ambas geométricas
uñas y bocas pintadas
cabellos y sesos trenzados
anillo de casada
sandalias rojas
Posan para la foto
El sol que proyecta: luces y sombras
bucle
diente ausente
MARISOL
Marisol Escobar, simplemente Marisol
nacida en París, de padres venezolanos, artista en Nueva York
1930 – 2016
Pop América es la primera exhibición de arte bilingüe en el Museo Nasher de la Universidad de Duke en Durham. A través de 100 piezas de arte provenientes de varios países de Latinoamérica, se expone el aporte poco reconocido de artistas latinos al movimiento pop. Explora la identidad y la estética panamericana y su aporte a las protestas sociales que exigían libertades civiles y políticas en los años 60 y 70.
¡Cuántos años!
tanto ha pasado
pero todo sigue igual
Pop Art fue un movimiento hemisférico entre 1965 y 1975 que buscó salir del museo, insertarse en la vida real. Se debatía en esos años la promesa de libertad que ofrecía Estados Unidos y la liberación que aspiraban movimientos sociales en las Américas.
¿Qué significa América?
Vinculada, singular, diversa
Liberemos América
¡Pop!
derribando fronteras
El héroe marginal caído de Rupert García, la escultura geométrica de Marisol Escobar con su madre y las tres Marías de Judith Baca, son tres de las obras de artistas que representaron a los marginales de las Américas, a los que no tienen voz en la memoria pública, al triunfo y a la tragedia de la democracia y la dictadura.
Su arte suena a Pop América! Ya porque explota. Ya porque celebra. Pop! explota. Pop! celebra.
El barrio del Este de Durham tiene historia. Alma Street está en el mero centro del barrio. Es un barrio históricamente afroamericano, orgullosamente negro.
***
Las casas tienen jardín delantero y porche, que es la característica de las casas del Sur. Desde el porche las personas toman el fresco y se balancean en las mecedoras mientras ven pasar a los vecinos. Las casas se intercalan con iglesias de todas las denominaciones, y cada cierta cantidad de cuadras hay un minisupermercado que vende lotería y tabaco, cerveza y hielo. Sobre todo hombres afroamericanos y latinos se paran a la entrada de los minimercados buscando trabajo, amigos o drogas.
Al frente de las casas, detrás y a los costados, hay montañas de bicicletas y triciclos de plástico. En uso o desuso. Sofás y colchones en la acera esperando ser recogidos. Coches abandonados y descoloridos, en algún rincón del jardín trasero. Parrillas de todos los tamaños y años de abandono, zapatos, chanclas, botas de trabajo, amontonados en los rincones y debajo de las gradas de ingreso a las casas.
Los latinos juntan todo por un porsia: por si lo usan, por si lo arreglan. Por si las moscas, mejor guardar.
Los residentes de esta ciudad son 40% blancos, 40% negros, 15% latinos y 5% asiáticos. Pero en este barrio es mitad y mitad. La mitad es negra y la mitad morena. Es un barrio Black and Brown como dicen. Pero eso está apunto de cambiar.
El barrio es contiguo al centro de la ciudad. Vivir en downtown está de moda, pero ya no hay más casas para ofrecer en el centro, y la burbuja está presionando a los pobres de este barrio para que vendan sus casas y se vayan a los suburbios, que dejaron de ser chick. En todas las esquinas del vecindario hay letreros que prometen: “compro casas en efectivo”, “Sell your house fast for cash!!!!”.
A esto se llama gentrification: compras a los pobres sus pobres casas, las tumbas, renuevas y las vendes por medio millón de dólares a personas que generalmente no son ni Black ni Brown, y que no compran nada en el minimercado.
El problema de tener vivienda accesible y de calidad es de magnitud: 15 mil familias en Durham gastan más del 50% de su ingreso en el alquiler de sus casas. Además, cada día llegan 20 residentes nuevos a Durham buscando mejorar su calidad de vida y encontrar nacientes oportunidades. Esto la coloca como la cuarta ciudad con mayor crecimiento per cápita en los Estados Unidos. Por eso el incremento en 20%, de un año para el otro, del precio de las casas; por eso prometen cash si te vas del barrio.
Ahora, cuando manejas por East Durham, hay menos casas que recuerdan el orgullo del barrio negro; muchas casas que muestran la pobreza compartida entre Browns y Blacks, y cada vez más frecuentes casas nuevas que huelen a dry wall, pintura fresca. El Sueño Americano siempre incluye una casa, pero el sueño no alcanza para todos, así que Pop! sea marginal.
***
La primera pared que pintó fue para un grupo de hermanos con problemas de alcoholismo, que vivían entre la basura y el abandono. Me muestra orgullosa las fotos ordenadas en un álbum de hojas plástica, el antes y el después. Lo hizo con los niños, sin gastar un dólar, buscando pintura donada, lavando las conchitas pequeñas en el lago para pegarlas en la tina del baño.
—La pintura da vida y la libertad es verde, son campos abiertos de verde fresco –dice Yadira con absoluta seguridad– Libertad es amarse, es tener amor propio –añade.
Limpió y lavó todo el basural de los hermanos. Colocó lámparas de luz cálida en el dormitorio. Colores claros para reemplazar la ausencia de ventanas. Cortó mariposas plateadas y las pegó sobre fondo verde en la cocina. Mariposas en vuelo libre. Cuando llegaron los hermanos se quedaron viendo la transformación que hicieron Yadira y los niños. Uno de los hermanos caminó a paso decidido hacia la pared y comenzó a arrancar una a una las mariposas plateadas que estaban en pleno vuelo ascendente.
—Las mariposas son para mujeres –dijo furioso y ofendido. Tiró los cadáveres al piso, ni siquiera en el basurero. Pop! explota el corazón.
No volvió a verlos.
Le gustan las paredes, porque son grandes y siempre están disponibles Las miran más personas y dan vida a un área. Paredes para Yadira Hernández. Murales para Judith Baca. Pintar como acto de libertad privada para una mujer, pintar como acto de libertad pública para otra mujer. Pop! América Libre. Pop! Mujer Libre.
— Ahora que he crecido, que tengo 32 años y dos niños, creo que las mujeres debemos ser más egoístas, querernos más para no dejarnos envolver por los hombres
Mientras Yadira habla de amarse a sí misma, habla desde la voz de su abuela que ama y desde el dolor del aleteo de las mariposas arrancadas.
—Cuando me jubile, tendré una cabaña en las afueras de Hidalgo, en las montañas. Tendré gallinas que no estén amarradas. Todo que lo que cocine será lo que produzco en la tierra y cocinaré para la gente que no tiene, para los pobres. Sueño con vivir allá, no aquí.
Tal vez por eso el árbol gótico no es un duraznero en flor.
El futuro para los que ganan menos que la media, los que no pueden comprar la casa del Sueño Americano, los que tienen que alquilar casas con alfombras que acumulan las miserias de décadas, los que viven en Alma Street; el futuro de los marginales se vive día a día. En este momento solo existen ella, los niños, la televisión, las ratas, sus pulgas y yo. El futuro solo se estira hasta el miércoles, día de la cita ante la Corte. Trabajar, pagar la renta, evitar ser desalojada, y pensar en la próxima pared donde pintará su libertad es el Pop! de la vida.