Los aromas son una poderosa fuente de información y recuerdos. ¿Cuales son los ingredientes que hacen tan especial el olor a campo?
Este texto obtuvo el cuarto lugar compartido en el concurso Relatos desde mi cocina, convocado por Miga Bolivia y la revista Rascacielos, con el apoyo de Hivos Latinoamérica.
Cuando mi papá llegaba del campo, siempre traía un aroma diferente. “Olor a campo”, le llamaba. Fue por eso que de niña lo acompañé; quería saber cómo se impregnaba de ese aroma.
La awicha[1] lavó los granos de quinua frotándolos entre sus palmas hasta que el agua en la fuente se tornó marrón por los residuos y las cáscaras, por eso lo cambiaba hasta que la quinua quedara limpia.
Las bostas secas, la kayña[2] y la paja ardían dentro del qhiri[3]. La awicha metió la punta de un tubo de metal entre ellas. Puso su boca en el otro extremo y de un soplido iluminó las brasas de un color incandescente. Mientras más fuerte soplaba, más se despedían del fuego pequeñas partículas rojas que se apagaban en el aire, como luciérnagas en la noche. ¡Ya, apurate, pon la olla! La olla se tiznaba y la nube espesa de humo escondía el rostro de la awicha, solo veía sus manos entre la montaña de bostas que estaba detrás de ella, para escoger las más secas y lanzarlas al fuego.
Puso su boca en el otro extremo y de un soplido iluminó las brasas de un color incandescente. Mientras más fuerte soplaba, más se despedían del fuego pequeñas partículas rojas que se apagaban en el aire, como luciérnagas en la noche.
Las dos tazas de quinua lavada las introdujo en el agua que aún no hervía (seis tazas, según ella). La quinua debía cocer por lo menos dos horas. El Luchito, mi primo, llegó con un balde lleno de leche, la awicha la hirvió en otra olla y luego la puso a enfriar. Peló dos dientes de ajo con toda paciencia ya que la uña de su pulgar era muy pequeña, los molió en su batán junto con tres ajíes amarillos a los que, previamente, les quitó las pepas y lavó. Tosté en aceite las dos cebollas picadas en cuadraditos, luego le puse el ají y el ajo ya molidos. Le coloqué algo de agua para que fuera más líquida. Diez minutos más, media cucharada de sal y listo, ya estaba el ají.
La quinua se estaba secando, así que la awicha apagó la llama y dejó que las brasas, aún calientes, cocieran finalmente la quinua. Esperó diez minutos, metió su mano en el salero, tomó un puñado de sal y la metió en la olla. La awicha no mide la sal en cucharadas, sino con sus manos. Batí la quinua con un cucharón por cinco minutos y la serví en los platos. ¿Leche o ají? Casi siempre escojo ají. Pero en cualquiera de los dos casos, siempre se le coloca el queso rallado. ¡Qué rico estaba el p’isqi!
Después de comer, debíamos irnos. Nos habíamos quedado una semana. Tomamos un auto rumbo a El Alto y luego otro a la avenida Pérez. Fue cuando íbamos a La Paz que noté ese olor, me di cuenta que lo llevaba en mi ropa. Mientras más nos acercábamos a la ciudad, más fuerte era. ¿Será por el p’isqi? No, en el campo no se cocinaba todos los días p’isqi y mi papá llegaba siempre con ese olor. Entonces fue que lo descubrí: era por el fuego, por la bosta, por la kayña y las pajas, por la tierra del qhiri y la olla tiznada, por el agua hirviendo y por el aliento de la awicha. Había aclarado una duda, pero luego se impuso otra: si ese aroma era tan natural en el campo y tan dulce para mí, ¿por qué los que estaban sentados junto a mi papá y a mí se tapaban la nariz?
Mientras más nos acercábamos a la ciudad, más fuerte era. ¿Será por el p’isqi? No, en el campo no se cocinaba todos los días p’isqi y mi papá llegaba siempre con ese olor. Entonces fue que lo descubrí: era por el fuego, por la bosta, por la kayña y las pajas, por la tierra del qhiri y la olla tiznada, por el agua hirviendo y por el aliento de la awicha.
[1] “Abuela” en aymara.
[2] Planta espinosa que crece en el altiplano.
[3] “Cocina de barro” en aymara.