En una tiendita al lado de la iglesia, en Coroico, vive el cariño con nombre de postre. Endulzando a toda persona que pasa por ahí, las cremas de la abuelita Lily cumplen cincuenta años de su invención. Son tan famosas, que desde que apareció Facebook, los nietos se enteraron de sus “verdaderos” nombres, Cremicius y Cremelia en lugar de Vinicius y Noelia, respectivamente.
Este texto obtuvo el tercer lugar en el concurso Relatos desde mi cocina, convocado por Miga Bolivia y la revista Rascacielos, con el apoyo de Hivos Latinoamérica.
Tiene 90 años aunque para mí se quedó en sus 60. Cuando la visito, pareciera que siempre estrena un mandil florido con botones al medio y bolsillos a ambos lados. La abrazo emocionada y la suavidad de sus cachetes me dice que ya estoy en casa. Mi abuela se llama Lily y tuve el privilegio de nacer en su cama, pues en los 80 no había hospitales en Coroico.
En una tienda al lado de la iglesia del pueblo -con cinco mesas floreadas y sus sillas- la abuelita Lily ofrece sus tortas de chocolate y plátano, rosquitas, rollitos y molletes (cupcakes con un baño mesurado); artesanía local elaborada por mi mamá con cojoro (hoja de plátano reciclada); y su legendaria cremita, postre de leche, canela y otros ingredientes.
Vende sus porciones a dos bolivianos, lo que ocasiona -a veces- discusiones con mi mamá que cree que debe subir sus precios. Mi abuela se rehúsa, afirma que para muchas y muchos estudiantes y personas adultas mayores que vienen al pueblo a hacer sus compras “una tajadita de torta y una cremita representan su almuerzo“.
Mi abuela se rehúsa a aumentar el precio, afirma que para muchas y muchos estudiantes y personas adultas mayores que vienen al pueblo a hacer sus compras “una tajadita de torta y una cremita representan su almuerzo“.
Somos 13 nietas y nietos que hemos crecido con la olla de las cremitas que nadie adivinaría que tienen medio siglo. Sabemos exactamente qué ingredientes mezclar primero, cómo y cuánto tiempo moverlos para llegar a la textura y color ideales, cuándo poner la canela, cómo retirar a las abejas -sin matarlas- que son las primeras en llegar a la preparación, cuántos vasos alistar para servirla, hasta dónde llenarlos y cuándo colocarlos al refrigerador.
Y es que las cremitas -destino turístico para algunos- forman parte por décadas de la cotidianidad coroiqueña ya que han sido y son testigos de enamoramientos, tareas de colegio, maternidades tempranas, desempleo, debates políticos, infidelidades, pichicata, turismo en ruinas, afrobolivianidad, cumpleaños, paternidades irresponsables, descanso, hambre, colonización cocalera, niñez desamparada y, sobre todo, de la vejez inevitablemente solitaria.
Y es que las cremitas -destino turístico para algunos- forman parte por décadas de la cotidianidad coroiqueña
Tener apodos en un pueblo es ley, y el “paraíso del amor” no es la excepción. Como anécdota, sé que muchas y muchos coroiqueños nos enteramos de los “verdaderos” nombres de nuestros coterráneos cuando apareció Facebook. En fin, nosotros (nietas y nietos) somos las/los cremitas; algunos hasta se han dado el trabajo de adecuar nuestros nombres, como Cremicius y Cremelia en lugar de Vinicius y Noelia, respectivamente.
– La cremita y su olla cumplen 50 años-, me dijo mi abuela emocionada por teléfono. Cuando vengas, vamos a celebrar sus Bodas de Oro con ese nuestro rico pan al piso (típico pan coroiqueño horneado -sin lata- sobre el ladrillo del horno) acompañado de chocolate (cacao yungueño pelado y derretido al sol, amasado artesanalmente formando porciones redondas y delgadas, diluido en agua, leche y azúcar. Se pican trocitos de queso criollo dentro de cada taza, disfrutandolo derretido junto al chocolate caliente y el pan.)
– Abue, creo que romperé la cuarentena. (Risas de ambas)
– Yo te quiero con todo el corazón. Tranquila, hija, esto ya pasará.