Si un periodista ciego va a entrevistarte, llegará a tu escritorio dando palos -de ciego-, sacará algunas hojas en blanco con muchos hoyitos y te pedirá que agarres el micrófono. Ten cuidado con tu tono de voz pues notará la pena o admiración.
domingo, 29 de abril de 2018
por Fabiola Gutiérrez Escóbar Burlando Fronteras
Si crees que los ojos son la ventana del alma, ahora tendrás que buscar la puerta.
Así lo cuentan los periodistas José Álex Severich y Richard Mateos. Uno es vallegrandino (Santa Cruz, Bolivia) y el otro es canario (Islas Canarias, España); uno se mueve con bastón en Santa Cruz y el otro se mueve con Mali, una perra guía, en La Paz. José Álex es más conocido como el radialista apasionado por su docencia de radio en la Universidad Evangélica Boliviana. Richard fue codirector del documental Amurallados y es miembro de Burlando Fronteras, proyecto periodístico sobre discriminación.
Puestos a conversar sobre su oficio, charlaron así.
El gusto por el periodismo
—Richard: Desde niño me pasaba la vida oyendo radio hasta la madrugada. Al principio la oía con auriculares. El cuidador del internado me pillaba porque yo, ciego de mierda, no sabía que él podía verme los cables. Después, la ocultaba debajo de la almohada y la oía sin audífonos. Así no me pillaron (risas). Luego decidí estudiar historia, empecé de manera autodidacta en radios anarquistas de Valencia. Hasta hace un par de años hacía programas de política internacional.
—José: Mi abuelo me enseñó a escuchar radio en el campo. Escuchaba mucha radio y pensaba que me gustaría estar en la cabina. Por eso estudié comunicación social. Soy un tipo de reportajes. Prefiero cubrir temas.
—R: También yo. Pero hice de reportero de guerra en el conflicto de la frontera norte de África, cuando co-dirigí el documental Amurallados.
—J: Para los testimonios al paso ¿tenías un asistente que te decía dónde estaba la gente a entrevistar?
—R: No, teníamos unos walkie-talkie. Me ponía un audífono, en una mano el walkie-talkie y con la otra mano agarraba a Mali. Mis dos compañeros, que iban con las cámaras, me decían: “señora rubia a la derecha”. Yo les respondía: “Vale, cambio”. Y le decía a Mali que vayamos a la derecha. Perdía a la entrevistada, claro. Era un caos (risas). Me estaba jugando la vida porque, al tener un oído ocupado con el audífono, no podía oír el tráfico.
Cuando cubrí la marcha de las personas con discapacidad de Cochabamba a La Paz, la gente se turnaba para guiarme. Iba con personas sordas o empujando sillas. Cuando quería entrevistar a alguien, les preguntaba dónde estaba fulano y me llevaban. Cuando Mali estaba cansada o había petardos, me subía al carro de bomberos.
—J: Alguna vez que intenté cubrir en lugares ruidosos, no pude. Tendría que tener un camarógrafo y un asistente guía. Siempre vamos a necesitar ayuda.
—R: Y está bien porque así más gente es consciente.
La reacción de los entrevistados
—J: Cuando llego a una entrevista, siento que me miran de pies a cabeza. También me parece que me ponen menos trabas. Algunos me felicitan sorprendidos, al final.
—R: La discapacidad genera pena al principio y después admiración.
—J: Y hay que estar preparado porque a veces a la gente le cuesta pasar de la pena a la admiración. Tenés que tener ese tacto para obligarlos a pasar o que no te importe. Te preguntan: “Ay, ¿y así estudió usted, sin sus ojitos?, ¿cómo lo hizo?, ¿cómo lee?”.
—R: Acaban ellos entrevistándote.
—J: De hecho, he tenido que darles unos cinco o 10 minutos de mi tiempo para que ellos resuelvan sus dudas.
—R: Cuando siento que me tienen pena y que no son capaces de pasar de ese estado, les hago una pregunta re-jodida para que digan: “¡qué hijo de puta!”. Llega un momento en el que ya sabes más o menos por dónde te van a caer, pues las reacciones hacia nosotros son más o menos comunes.
—J: En la universidad nos decían que nunca demos el micrófono al entrevistado porque es como darle el poder. Es ridículo. Si yo lo agarro durante una hora, quizás se lo meto a los ojos o a la nariz. Yo se los doy y, como tengo el auricular para cuidar el audio, les indico que lo acerquen, alejen o no lo muevan. Estoy a cargo de la entrevista con mis cuatro sentidos. No digo cinco porque no tenemos uno (risas).
—R: Al darle el micrófono, le damos horizontalidad, la persona hasta se siente más cómoda. También bajan más las defensas que con un vidente. Al final, nos cuentan cosas que no hemos preguntado y nos convertimos en psicólogos.
Trucos de ciego
—J: Preparo mi cuestionario en braille, a mano o en mi Perkins [máquina de escribir en braille].
Durante la entrevista continuamente lo estoy mirando con mis manos.
—R: Una vez puse en braille: “Entrevista al fascista hijo de puta”. No lo va poder leer (risas). Cuando no podía llevarme las preguntas en braille, me las aprendía de memoria. A veces, tomaba notas en un Braille Hablado [procesador de texto con teclas de braille y lector incorporado]. Pero cuando entrevistas tienes que ser medio Superman: llevar en un oído el auricular de la radio por donde escuchas al entrevistado, en el otro auricular tus notas, y hablar por el micrófono.
—J: Prefiero no tomar notas durante la entrevista porque el ruido del teclado o el punzón quedan en el audio. Pero mientras estoy entrevistando pienso: “éste es mi enfoque, me sirve este trozo de audio que está a la mitad de la entrevista”. Uno se hace un mapa mental.
—R: Las personas ciegas hemos entrenado la audición. Nos sabemos de memoria las conversaciones. Sabes qué parte quieres sin escuchar todo el audio. Yo veo que los videntes lo tienen que escuchar todo.
—J: Yo no transcribo todo. Voy cortando, editando, y al mismo tiempo armando el libreto. La estructura la tengo en dos patadas. Quizás vuelva a escuchar para recuperar alguna frase.
—R: A la hora de editar audios, no podemos ver la onda para cortar. Hacemos todo con comandos y a oído. Otras veces, tecleas un poco y aciertas a ojo de buen ciego (risas).
—J: Cuando tengo que aplicar efectos que ya sé, como subir volumen e igualar los picos, lo hago sin Jaws [lector de pantalla por voz] porque ya sé los comandos. Me enseñaron a editar algunos compañeros, yo dañineé hartísimo y ahora ya enseñé a varios.
Ciegos ante las cámaras
—R: Cuando yo hacía calle para el documental, me decían: “Richard, no estás mirando a tu entrevistado”. Yo les decía: “No me toques los huevos”.
—J: Por eso yo odio la televisión. Te dicen que mires a la cámara. Pero no la veo (risas).
—R: Escuchaba a mis compañeros diciendo: “Hay que repetir el plano. Richard no estaba mirando”.
Yo los mandaba a la mierda. Una vez tumbaron la cámara de tanto reír.
—J: En la televisión, no te dicen que te van a poner un micrófono. Te meten mano nomás.
—R: Seguro el tipo piensa que te lo ha dicho con la mirada.
—J: O con un gesto (risas).
—R: Los compañeros periodistas te sacan como cieguito y nunca sacan tu trabajo. Me han preguntado: “¿es ciego de nacimiento?, ¿qué dice su familia de que viaje solo?, ¿cuál es su actitud de vida?”.
—J: La que más odio es: “¿qué mensaje le puede dar a las personas en su misma situación?”.
¿Acaso soy un profeta?
—R: Animo a la gente a que…
—J: ¡No, no des un mensaje! (risas)
José Alex y Richard son filosos como entrevistados y como entrevistadores: tienen un ranking de las preguntas más inauditas que les han hecho. Y saben leer aquello que no nos enseñaron a fingir: la voz. Y cuando detectan lástima, terminan riéndose de la pena de tus apenados.