Señaladas por insumisas, ataviadas con todos los adjetivos como manto de puercoespín, las mujeres hemos hecho de ellos una celebración, un certificado, un honroso epitafio: locas, brujas, amantes, rebeldes, respondonas, tercas, valientes… Inquebrantables aún a pesar de todos los quiebres. Por eso quien inicia estos pocos retratos de las mujeres de la vida de este país, desde mediados del siglo XX, es Lidia Gueiler, acusada como muchas a lo largo de la historia universal de mujer “fácil”, soslayando su valor y aporte intelectual y político.
domingo, 11 de marzo de 2018
por Cecilia Lanza Lobo
Cómo no celebrar la vida de esa joven y terca mujer trabajadora de nombre Lidia, metida desde temprano en afanes reclamones, que acabó como acaban todos los compromisos de vida, envuelta en revoluciones (la de 1952) y, quién diría, en la silla presidencial, y soportó con dignidad las arremetidas de la política machista de su propio partido, no únicamente el episodio brutal de la dictadura de Luis García Meza.
Cómo no llorar y agradecer a Domitila Chungara que en los tantos encierros de su vida p erdió a sus hijos a golpes, enfrentando con su cuerpo de mujer pobre a la dictadura. De su falda se agarró luego todo el país para emular su valentía y seguirla en la huelga de hambre que terminó por derrotar a la dictadura del general Hugo Banzer Suárez. A ella, paridora de demasiados hijos, le debemos uno de nuestros tantos partos democráticos.
Paridora fue Remedios Loza, a quien recordaremos aquí con frecuencia y celebraremos en vida. Ella hizo del amor al Compadre Palenque una práctica tan fértil que hizo posible la continuidad, digamos natural, del proceso iniciado el 52. Ella abrió las puertas del Parlamento no sólo a las mujeres de pollera, sino que con Palenque y Conciencia de Patria (Condepa) labró el terreno de la nueva clase política boliviana.
Carmen Rosa, la cholita campeona de la lucha libre, es la prueba contundente de que la herencia de Remedios Loza no podía ignorarse así nomás, como en los hechos sucedió con la propia Remedios.
Carmen Rosa y sus compañeras no se reducen pues al espectáculo mediático. Su rol es político. Ellas han mostrado cuán capaces son las mujeres de encarar múltiples violencias y prejuicios, y vencerlos.
Como abrazo urgente, apelamos a dos mujeres que desde lugares tan distintos son capaces de traernos sosiego. Luzmila Carpio que canta como una madre acurruca nuestras penas y llama a todos los ajayus posibles para reconciliarnos con el mundo. Luzmila y su genuino apego a la madre naturaleza es ese vientre preciso. Celebremos sus vidas, como lo hace Amparo Carvajal, bastón en mano, hasta sus últimos días con la fuerza que reúne todas las fuerzas.
Lidia Gueiler Tejada
Seguir el instinto, aceptar todos los desafíos
por Carmen Beatriz Ruiz
“Era una noche lóbrega y tenebrosa y casi nos parecía que flotaba en el ambiente un acre olor a pólvora. Salimos cada uno en busca de muestras ubicaciones. Como siempre tenía mi movilidad dispuesta con armamento para su reparto en los diferentes puestos de control, nuestros espíritus sentían ya la sensación del triunfo (…) Todos deseábamos y buscábamos sin temor obtener las más difíciles tareas”. [Lidia Gueiler Tejada. La mujer y la revolución, 1959].
El recorrido de la vida de doña Lidia, mujer especial por donde se mire, estuvo unido intrínsecamente a momentos apasionantes de la historia de Bolivia en una especie de tres vías que corrieron paralelas: el proceso de la Revolución Nacional luego de las sacudidas de la Guerra del Chaco, los dificultosos primeros avances para el ejercicio de la ciudadanía de las mujeres y la propia fragua de su vida.
Un camino vertiginoso de tres vías cuyas hebras son casi imposibles de separar: 1944, carnet de identidad para las mujeres; 1945, para las mujeres derecho al voto en las elecciones municipales, pasos de una “ciudadanía a medias, una especie de decisiones con carácter de prueba”; 1947, participa en la huelga de trabajadores bancarios que pedían mejora de sueldos, es despedida e inicia su vinculación con el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR); 1948, juramento “clandestino” al MNR, correo, conspiradora y varias veces detenida; 1949, asonada promovida por el MNR, activa en “grupos de honor”, Comandos Femeninos y Barzolas; 1952, triunfo de la Revolución Nacional; 1978, Vicepresidenta del Congreso Nacional, golpe de Natush Busch contra Wálter Guevara; 1979, Presidenta de la República, golpe de Luis García Mesa, tres meses en la Nunciatura y luego exilio; 1982, retorno de la democracia, embajadora en Colombia.
Probablemente este recorrido era previsible teniendo en cuenta que su entorno familiar predisponía, por el ejemplo más que por la arenga, a no tenerle miedo a la aventura, desde la militancia de un abuelo liberal fanático, un padre obsesionado con una teoría que explicaba el movimiento de la tierra a la que dedicó la energía de su vida, y una madre severa a la que la adversidad de una temprana viudez y las dificultades económicas fraguaron en fortaleza y mente abierta que le “(…) prohibió llorar desde muy pequeña”, y contra viento y marea, pese al catolicismo del reducido círculo familiar, la inscribió en el Instituto Americano en Cochabamba, la bucólica ciudad que respiraba alrededor del campanario de la catedral y unas cuantas familias dueñas de haciendas.
La misma ciudad de sus primeros años de juventud, desde donde partió, casada con un paraguayo prisionero de guerra, y a la que regresó poco tiempo después con su pequeña hija, “para bien o para mal yo había decidido que mi destino estaba en Bolivia”. Consecuente con ese destino elegido “(…) la verdad es que ingresé en la actividad política -como muchas otras decisiones de mi vida- prácticamente por instinto”, la mirada de Lidia Gueiler miraba el pasado y no se arrepentía de nada.
Domitila Chugara
Miedo y destino
por Isabel Mercado
No seré yo quien ponga en duda la existencia del destino. Aunque a veces he descreído de él, otras me he convencido de que algo o alguien, antes de que lleguemos a este mundo, ya tenía todo definido. Como Domitila.
Fue en mi distante Santa Cruz de principios de los 80 cuando escuché por primera vez de esta mujer minera. La recuerdo en una foto en sepia, de esas que usaban los diarios en sus portadas. Tenía los ojos chiquitos, rasgados, pero la mirada segura. No sabía exactamente qué hacía pero me pareció que se resumía en una palabra: poder.
El resto no ha sido más que la confirmación de esa impresión primera: a pesar de los golpes y la injusticia, incluso de la artera enfermedad que le arrebató la vida, Domitila ha sido síntesis de fortaleza y perseverancia. Un ser que tomó su destino como causa y vivió en consecuencia.
Nacida en Pulacayo y adoptada por Siglo XX, su existencia no puede entenderse sin la mina. He aquí el primer rasgo, definitivo, de su sino.
Esposa de minero, palliri y madre de 11 hijos; activista y líder, Domitila Chungara siempre dejó claro que la historia de su vida valía en tanto era capaz de reflejar la de su pueblo.
Ha tenido que ser tan fuerte esa convicción, ese destino, que ni las amenazas, ni la tortura, ni siquiera el dolor de la muerte de cuatro de sus hijos en medio de las luchas, embargaron la voz de esta minera.
Voz: si algo tuvo Domitila fue voz. Si me permiten hablar –el poco casual nombre de sus memorias– es una frase que usaba para hacerse escuchar. Luego, con el poder de la palabra, crecía y se imponía… no sólo para contrariar a sus represores, sino incluso a sus compañeros mineros, poco habituados a esa osadía.
Sin embargo, ni por eso fue una feminista a ultranza. Para ella –cuya única utopía era una sociedad sin explotaciones ni injusticias– la lucha no era de las mujeres contra los hombres, sino de todos contra el enemigo común: el imperialismo y sus agentes.
Hablando, convenciendo, pregonando, fue parte del Comité de Amas de Casa de Siglo XX, organización fundamental para las reivindicaciones mineras desde los 60 hasta el final de las dictaduras militares.
Aunque el punto más brillante de su estela fue la huelga de hambre que emprendió junto a otras mujeres mineras para pedir la liberación de los presos políticos de la dictadura de Banzer, Domitila brilló en foros internacionales e incluso en el exilio, donde continuó su labor de activista por la democracia.
Pero, como el destino no acaba sino cuando a él le da la gana, resistió hasta que el cáncer minó sus fuerzas y la Domi aceptó una tregua. En 1984 superó el cáncer de útero y en 1999 el cáncer de seno.
El traicionero reapareció en su pulmón y terminó con su vida. Murió en 2012.
“Nuestro enemigo, compañeros, no es el imperialismo, nuestro principal enemigo es el miedo”, dijo una vez en medio de una asamblea de mineros. Domi combatió ese miedo, ese miedo ancestral, y ya sabemos, salió victoriosa. Era su destino.
Remedios Loza
Misión cumplida, comadre
por Rafael Archondo
Remedios Loza fue pionera en cuatro vertientes: la primera mujer de pollera en la radio, la televisión, el parlamento y en una candidatura presidencial. Es la mujer más votada de la historia electoral de Bolivia, pero sobre todo la prueba humana de lo que buscaba Conciencia de Patria (Condepa), ese partido fundado en 1988.
Condepa aspiraba a completar las metas de la Revolución de 1952, fue su prolongación más espontánea. Ese partido nace de la comunicación invadida ya por una identidad aymara-mestiza, pero sobre todo de su clausura, decidida injustamente por el líder más notable del nacionalismo, el doctor Paz Estenssoro. Fue en su gobierno cuando la Dirección de Telecomunicaciones procedió al cierre temporal de Radio y Televisión Popular (RTP). La reacción le costó al sistema la pérdida de más del diez por ciento del electorado, el primer destacamento en dejar el acatamiento ciego al neoliberalismo.
Remedios representaba por entonces la demostración palpable de que la identidad aymara había dejado de ser una mera red de apoyo para los líderes políticos. Pasaba de electora a elegida.
Cogestora de Sabor a Tierra y del Hipper Show, luego de La Tribuna Libre del Pueblo, se hizo figura política central y terminó heredando el título de jefa del partido tras el fallecimiento de Palenque. El impulso vital de esa muerte le permitió sumar la mayor votación de la historia del partido. Su inexperiencia, pero sobre todo la decisión funesta de participar en el frustrante gobierno de Banzer, llevaron a la implosión final.
La fases por las que pasó Remedios son cautivadoras. Como adolescente, se enamoró de Los Caminantes y tuvo la fortuna de acompañarlos en la radio. Necesitaban una presencia femenina y la lograron con yapa: ella era además una chola. A partir de ese instante, la representación ya no podría prescindir de lo simbólico. No bastaba con presumir pertenencia a lo popular, había que evidenciarlo.
El hecho conectó a Palenque con los aymara-parlantes de su vasto público. En un acto fundacional, Remedios fue designada como p rimera candidata a diputada por el departamento de La Paz. El hecho provocó la primera ruptura interna y la salida de Reynaldo Venegas, el político que aspiraba a ese espacio de poder. Con ello, Palenque marcaba sus preferencias. La suya sería una carrera política para diferenciarse en los hechos de la política tradicional. El gesto sería respondido cuatro años más tarde con la postulación de Víctor Hugo Cárdenas a la vicepresidencia. El efecto Palenque se hacía sentir más allá de Condepa.
La fase final de Remedios fue la de heredera de la jefatura. El volcán de las ambiciones menudas fue atizado con la llegada a la coalición gubernamental, lo cual incineró el proyecto.
¿Se llegó pese a ello a la meta? Sí. La Revolución Nacional cumplió una de sus promesas: expandir la alianza de clases. La élite aymara emergente se hacía socia del poder. Remedios fue la primera en suscribirse. Misión cumplida, comadre.
Luzmila Carpio
Luzmila,like a rolling stone
por Álex Aillón Valverde
En una de las tantas escenas memorables de ese réquiem por el rock que es la película de Cameron Crowe, Almost famous (2000), los miembros de la banda imaginaria Stillwater comienzan a cantar la canción de Dr. Hook, The cover of the Rolling Stone, para graficar la cúspide de los sueños de todo grupo que quiera llegar a la verdadera fama: ver su foto en la portada de la legendaria revista.
Pues bien, sabemos que Luzmila Carpio es el símbolo de muchas cosas para mucha gente. Entre ellas la defensa de la madre tierra, la resistencia milenaria de las culturas originarias, además de la defensora del gran valor de la lengua materna y de las cosas elementales, sencillas del mundo y de la vida en comunidad. Pero para otros, que nos hemos criado en el corazón de la cultura popular del siglo XX, es la única boliviana (si equivocado no estoy) que ha estado, sin ser rockera, en las listas de privilegio de la publicación que elevó al olimpo de los dioses a gente como Bob Dylan y a bandas como Led Zeppelin.
Reconocido su trabajo, Yuyay Jap’ina Tapes, como uno de los 10 mejores discos del 2015, en ese entonces a Luzmila le tocó compartir privilegios con las talentosas Julieta Venegas y Natalia Lafourcade, y hasta con el malencarado Pitbull, que se ha debido preguntar quién era esta boliviana indígena que no tenía ningún hit en cartelera pero que merecía tal reconocimiento.
Como todos sabemos, para llegar no sólo allí, sino a los más grandes escenarios del world/music, y haber compartido cartel con artistas de la talla de Miriam Makeba, Cesaria Evora, Mercedes Sosa, Susana Baca, Gilberto Gil, Lila Downs entre otros, Luzmila Carpio, siguiendo la clave Dyliana, tuvo que salir de la Bolivia más relegada y auténtica, con sólo su charango y su prodigiosa voz a rodar por el mundo, como una rolling stone, sin saber hasta dónde podía llegar.
Ahora, y hace tiempo, el planeta sabe que además de una Joan Báez (por ejemplo), hay una Luzmila Carpio. Una mujer capaz de convertirse en río, en montaña, en flor, en pájaro. Una mujer con el poder de convertirse en gaviota, y pedir frente a más de 200 mil personas –como ocurrió el 2006 en La Moneda de Chile– un mar para Bolivia desde la hermandad.
En un tiempo en el que prevalece el cinismo político, los nacionalismos y las más burdas razones de Estado, es tan bueno recordar y saber que fue una mujer precisamente indígena, una mujer precisamente enclaustrada en la memoria de su pueblo y su paisaje, la que tuvo este gesto con el pueblo chileno.
Quizás haya pasado mucho tiempo. Muchas cosas se habrán perdido en el camino. La niña que miraba enamorada los linderos de la comarca oral de su ayllu Panakachi, ahora es una enorme artista que vive en Francia desde hace mucho tiempo y que fue embajadora.
Pero lo que no se pierde es lo expresado, lo recorrido, el espacio sensible que Luzmila abrió para todos nosotros, para acercarnos con su voz a las múltiples y profundas dimensiones del alma boliviana.
Carmen Rosa
La(s) campeona(s)
por Cecilia Lanza Lobo
Polonia Ana –así es como se llama– carga en una bolsa su cinturón de campeona de la lucha libre allá donde la convoquen. No es para menos porque un trofeo así no se ha vuelto a repetir en las arenas del cachascán local. El suyo tiene un valor político labrado en la polvareda alteña de octubre de 2003, en aquellos tiempos en que las cholitas luchadoras volaban por los aires de la fama del ring, envueltas en el griterío del desahogo alteño. La pollera colorida abierta de flor en flor como trompo girando, sus enaguas para solaz de gringos y chinos boquiabiertos, mudos ante tanto surrealismo de país quintomundista. Risa y risa después, cámaras y flashes salían del Multifuncional de la Ceja de El Alto, sin comprender bien por qué la comedia ante la pobreza.
Era, sin embargo, elemental. Los ojos ajenos gozaban de la pobreza hecha espectáculo mientras que los pobres de siempre vomitaban sus broncas a plan de botellazos y cáscaras de mandarina arrojados a risotadas sobre el rudo de turno. Catarsis proletaria dominical.
Para ellas, en cambio, era otra cosa. Tenía que suceder la revuelta de Octubre para que el mundo dirigiera su mirada hacia ellas, así fuese por el mero espectáculo. Aunque ellas, las Carmen Rosa de siempre, venían revelándose mucho antes, casa y cama adentro. Ring adentro.
Polonia Ana Choque Silvestre vivió desde niña la maldita violencia paterna que mal acompaña a demasiadas mujeres en este país. Fue madre demasiado pronto; abandonó la escuela y sus pies de vendedora ambulante saben de calles y plazas; sus manos dan cuenta de su trabajo artesano y como trabajadora del hogar; sus ojos guardan memorias indecibles; su sonrisa viene atada al corazón que ríe, ríe lindo enseñando los hoyuelos que escoltan su boca de dientes de oro. Ríe por no llorar. Ana Polonia, más conocida como “Carmen Rosa, la campeona”, sostiene el cinturón de la victoria con la fortaleza de una fiera a su presa.
Ella y sus compañeras se plantaron ante el empresario que lucraba con el sudor de sus acrobacias y decidieron conformar su propio emprendimiento como Las diosas del ring. Tal atrevimiento las expulsó del paraíso y ahí estaba Carmen Rosa, lejos del Mulfuncional y los gringos que seguían llegando retrasados al espectáculo de la pobreza, ya con Evo como bandera.
“Ahora no es el público el que va tras Carmen Rosa, es Carmen Rosa la que se acerca a su público”, decía ella, siempre tan habilosa para el discurso mediático. Y entonces se la veía de barrio en barrio, acomodando su ring en cualquier patio trasero de las laderas. El precio de la rebeldía, de la libertad, es siempre alto y vale la pena. La campeona no se rinde.
Carmen Rosa es esa voz que habla desde las entrañas, mira de frente y suelta con el alma: “la mujer boliviana tiene fuerza, tiene corazón, tiene coraje”. Carmen Rosa sonríe.
Amparo Carvajal
Bajo el amparo de una mirada encendida
por Claudia Daza
Me hace recuerdo a la canción Mi corazón en la ciudad, de la Matilde, porque la Bolivia que encontró cuando llegó hace ya 46 años era un volcán encendido, donde había sueños descuartizados y sus minutos iban volando al encuentro del destino. Vaya año para llegar. La profesora de piano, la vasca y exmonja, hizo un trueque de dictadores en su vida: pasó de Franco a Banzer. Pero el alma activista que trajo de su tierra siempre será la misma.
Hace poco vi a Amparo Carvajal alzando la bandera y mirando orgullosa el poder de una convocatoria, pero también con una mirada que se mezclaba con la historia de haber visto tanto muerto a sus pies, y con ese capricho convencido de querer hacer lo justo. Le ofrecieron una silla para sentarse, agradeció, pero no se sentó, siguió apoyada en el bastón que la sostiene hace algunos años y continuó mirando sorprendida a la gente. Ella no habla con venganza, ni odio –exclama a la multitud- sino que cree que es necesario luchar por esa justicia que no camina. Cuando le tocó decir lo suyo, pidió un minuto de silencio, y en ese momento me la imaginé rezando en las noches en un cuarto sencillo o en la celda de algún preso o en la selva desolada o entrando a la Cruz Roja.
Mirarla así es repasar la historia de Juvenca y esas pequeñas oficinas, es visualizarla entrando y saliendo de la cárcel de San Pedro con datos, con papeles, con mensajes, con soluciones concretas para muchos detenidos. Después de estas sensaciones, no es fácil comprenderla completamente toda, porque carga muchas muertes en su blusa y su falda negras, como si fuera una viuda de los que nunca pudo encontrar, como si fuera una huérfana de aquellos que mató Franco, como si fuera la madre que guarda un luto permanente como testimonio de rebeldía.
Nada le impide, hoy, clavar su bastón firme para seguir caminando y seguir escuchando a los muertos, los que carga en la memoria y en documentos de aquellos que dejó en Europa y de los que no enterró jamás en nuestra patria. En ese llanto contenido estarán todos los líderes que conoció en casi toda Europa; en Domitila, a quien acompañó a Suecia destilando su Si me permiten hablar; en Luis, el compañero catalán que tuvo la muerte más triste; y en aquellos ciudadanos que hoy se le acercan para agradecerle por haberlos ayudado cuando estaban enjaulados.
Lo que fundó en 1976, junto a muchos guerreros, permanece bajo el amparo de sus convicciones. La Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia será por siempre el lugar donde todos encontraremos su antorcha encendida.
Hace algún tiempo le dijeron fascista, sin haber revisado siquiera algunos testimonios de aquellos a quienes cobijó, sin haber revisado siquiera las hojas de nuestra historia. Le sorprenden ese tipo de actitudes, pero no le importan: ella pudo decir durante años, todo, absolutamente todo lo que no pudo decir su amigo Luis Espinal.