Desde los tributos a los Beatles, El lago de los cisnes, los éxitos de Disney o la Novena de Beethoven. En Bolivia, la nostalgia es un negocio.
Vamos a ponernos neurofisiológicos para hablar de arte. Vamos a recurrir a conceptos tales como huellas sinápticas, neuroplasticidad, anquilosamiento cerebral; a ver si por esta vía es posible entender la renuencia que parece sentir el grueso de los espectadores bolivianos ante lo nuevo y lo arriesgado.
No sé si será un fenómeno común en otros países, pero en Bolivia la nostalgia es un negocio: hay emisoras de radio y programas del recuerdo que hurgan, hasta la obscenidad a veces, en lo ya conocido, en lo “clásico”. Y esto se extiende a los tributos en directo: Iracundos, Sandro o los Beatles venden boletos, aun en tiempos de crisis para los teatros.
Las sinfónicas sobreviven si se dedican a tocar los éxitos de Disney o de películas taquilleras. También les funciona si anuncian el Réquiem de Mozart, o la Novena de Beethoven. Los ballets apuestan a seguro si montan El lago de los cisnes y los coros están arreglados con Carmina Burana.
Claro, se cuestionará para qué los artistas habrían de romperse la cabeza proponiendo novedades. De hecho, un trabajo musical con éxitos de Broadway acaba de voltear taquilla en el mayor escenario de la ciudad la misma noche en que el grupo Aymuray –de lo mejor que ha surgido en estos años en el campo musical boliviano, por su sonido y poesía propios- se despedía por un tiempo de los escenarios ante un pequeño auditorio.
La neurofisiología enseña que el aprendizaje se basa en la repetición, pues los estímulos deben crear huellas, dejar memoria, de manera que se pueda incorporar más y más experiencias a la manera de una red de interconexiones: sinapsis, pues. El problema es cuando dichas huellas se profundizan en un mismo lugar, en un mismo sentido, dando como resultado un cerebro –individual y me temo que colectivo- de escasa plasticidad, bloqueado por la rutina y la costumbre.
Que una mente esté dispuesta a arriesgarse depende de la calidad y variedad de estímulos a la que se expone. Y en esto tiene mucha responsabilidad el artista desde el momento en que se asume y se presenta como tal. No hay excusas, me temo.
Por eso y por ahora, yo me quedo a la espera de lo que harán en La Paz los artistas que están anunciando homenajes por los 250 años del nacimiento de Beethoven. Espero grandes estímulos, no recitales o conciertos más o menos pasables, sobre todo luego de saber lo que acaban de presentar en París la Fura dels Baus y la Insula Orchestra: una Pastoral que trae a los tiempos medioambientales que corren, con uso de celulares para lograr la participación de los espectadores en la definición de la trama, la preocupación del viejo maestro de Bonn.
Al final, digo yo, se trata de hacer funcionar las neuronas para que lo antiguo deje de ser esa especie de arqueología de la nostalgia –tal el drama de lo que se hace con mucho del folklore, y con Sandro, etc.- y recupere –tal la trascendencia de lo clásico- el sentido de hablarle a los humanos del hoy, tal cual entiendo es el valor de lo contemporáneo.