Todas las crisis de la humanidad han sacado, finalmente, lo mejor de ella. ¿Cuál es la palabra clave?
domingo, 29 de marzo de 2020
En tiempos de encierro caben toda clase de sensaciones, desde ideas terribles y descocadas hasta pensamientos del tipo zen que invoquen algo de paz. Entonces rescatamos novelas y películas sobre la peste, las pestes. Y allí está, también, la capacidad humana para crear, destruir, sobrevivir.
Después de la Primera Guerra Mundial, de aquel primer “suicidio de la razón”, como fue llamada, la humanidad creyó que nada podría ser más terrible; que el ser humano no podría jamás repetir semejante horror, y lo hizo. La Segunda Guerra Mundial fue peor. ¿Podía haber algo peor? Sí, hubo. La Tercera no sucedió, por lo menos no según el imaginario conocido. Antes de la Primera, las guerras tenían incluso un sentido romántico; ir a la guerra era heroico, se peleaba mano a mano y, claro, era terrible. Por eso durante la Segunda fue triste ver caballos enfrentándose a los primeros tanques de guerra enemigos. El espectáculo fue dantesco, indescriptible. El hombre siempre se dio modos de inventar peores maneras de matar y morir.
Quién hubiese pensado que estas maneras de habitar el mundo se hubiesen hecho cotidianas a fuerza de la costumbre. La lista es larga y comprende todos los males, desde las guerras ¡boom, boom! allí donde no queremos mirar, hasta los migrantes en medio del mar, las mujeres en sus propias casas, o los bosques en llamas.
Es decir, hay muchas maneras de concebir hoy aquello que se llamó guerra. He aquí el virus. Y entonces el miedo, y la humanidad entera en el campo de batalla frente a un microbio letal. El relato bélico parecería inevitable porque no hay nada tan poderoso como el tánatos como energía vital, sí, vital. Porque frente a ese abismo o saltas o vuelas. Pero precisamente por eso hoy, ahora mismo, vamos a despojarnos del relato bélico porque lo que tenemos enfrente, si acaso, es una batalla en otro frente: aquella en la que -a fuerza del tánatos- aflora lo mejor de nosotros mismos. Lo mejor de la humanidad.
Dos crónicas en este número especial de Rascacielos traen a cuento muchas de aquellas sensaciones vitales. Desde España, Paula Valdez nos cuenta cómo se vive ahora mismo en Madrid el miedo: la tos de una vecina puede ser suficiente. Y en Francia, Mariel Vernaza, que tiene ella misma el coronavirus, recuerda a su familia en San Joaquín, en el Beni, y valora la vida hoy más que nunca.