¿A quién de nosotros no le han llamado burro alguna vez, y quién de nosotros no le ha dicho burro alguna vez a alguien? La inteligencia social del burro probará que los burros muy probablemente seamos nosotros.
Les cuento que cuando era niño y estudiante en una escuela para ciegos en España, pasé por una experiencia que en su momento fue humillante, pero que ahora califico como transformadora. Una maestra fabricó unas orejas de papel que eran muy grandes, las colocó a la altura de mis orejas y escribió en ellas dos oraciones lapidarias que procedió a leer en voz alta para que las escucharan los demás niños:
Soy feo. Soy burro.
Todos sabemos que cuando se quiere insultar a alguien haciéndole saber que pensamos que es poco inteligente, no hay metáfora más devastadora que la de llamarle burro. Ello es así porque tradicionalmente se considera que el burro es el animal más tonto de los que hemos logrado domesticar.
Parece que la manía de insultar al prójimo llamándole burro es universal.
Da igual que estés en China, en el mundo árabe, en España, en Japón o en Bolivia, si alguien quiere que sepas que te considera poco inteligente, torpe, terco, con falta de expresión verbal y nulo de entendimiento acudirá a los atributos asociados a dicho animal para hacértelo saber.
Reconozcámoslo: ¿A quién de nosotros no le han llamado burro alguna vez, y quién de nosotros no le ha dicho burro alguna vez a alguien?
Los adultos decimos que los niños son crueles y estamos preocupados por el acoso escolar pero no reconocemos que el acoso lo fabricamos nosotros. A menudo la escuela es segregacionista, transmite racismo, machismo, promueve la competitividad frente a la cooperación, genera violencia y es antipedagógica, pues no está demostrado que mediante los exámenes se pueda verificar el nivel de conocimiento de los alumnos.
A Albert Einstein, el mayor físico de nuestro tiempo, la escuela le tachó de burro y lo mismo ha ocurrido con un sinfín de mentes brillantes.
De igual forma, la ciencia pone patas arriba el modelo escolar al reconocer que sin el trabajo en equipo el avance científico sería imposible, ya que hoy en día una sola persona es incapaz de crear tratamientos contra el cáncer, de explicar la complejidad del universo o de explorar el funcionamiento de nuestro cerebro.
En Europa los burros se están extinguiendo porque la mecanización del campo los hace innecesarios, pero en España una serie de benefactores se han lanzado a su rescate creando fundaciones y comprando grandes fincas para acogerlos. Les dan cuidados veterinarios, mimos, buena alimentación y les libran del trabajo de carga.
Como ya no trabajan y se están extinguiendo, algunos etólogos (estudiosos del comportamiento animal) los están investigando. Han descubierto que tienen inteligencia social: son amorosos, se relacionan en grupo, manifiestan sentimientos, intuyen la presencia de sus dueños y captan sus estados de ánimo, tienen destrezas como ser capaces de abrir las puertas de los corrales, y como son extremadamente sensibles al maltrato, ejercen una especie de resistencia no violenta. Por eso no se mueven cuando les muelen a palos o cuando les hacen trabajar demasiado.
Va a resultar que, tras la investigación, vamos a darnos cuenta de que los burros son inteligentes y los seres humanos somos los burros.