La abuela Honoria nunca parió ni tuvo marido. Buscó algo que hizo honor a su nombre. La abuela Primitiva inventaba algo para que no la molestaran. Decía “¡mierda carajo!”. La abuela Margarita tenía una bodega llena del más exquisito licor que se conozca. La abuela Adalia recorrió pampas, selvas y pueblos del Beni, en carretón, en canoa o a caballo. Era madrina de guerra. Hay otra que abofeteó al mismísimo Juan Lechín. Y hay una que guardaba el revólver de Ladislao Cabrera y que un día hablaba con su nieto con prudencia sobre sexo, cuando inesperadamente lo desafió y le dijo: ‘¿Quieres que hablemos sobre Freud?’. Y hay también una que vivió sin el amor de su madre. Quizás por eso supo dar amor a los suyos, armando y desarmando palabras, como quien inventa el mundo y lo renace cada día.
Estas mujeres extraordinarias son a su vez las abuelas en las que todos reconocemos un pedacito de la nuestra.
Son siete crónicas seleccionadas a partir de la convocatoria pública a nuestros lectores.